El maestro de Petersburgo by J. M. Coetzee

El maestro de Petersburgo by J. M. Coetzee

autor:J. M. Coetzee [Coetzee, J. M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T05:00:00+00:00


11. El paseo

Durante la semana transcurrida desde la última vez que tuvieron relaciones íntimas, se ha levantado entre Anna Serguéievna y él una barrera de incómoda formalidad. Los modales con que ella le trata han terminado por ser tan constreñidos que él está seguro de que la niña, que observa y escucha a todas horas, habrá llegado a la conclusión de que ella desea que se marche cuanto antes de la casa.

¿En beneficio de quién mantienen los dos esa apariencia de distanciamiento? No por ellos, eso está bien claro. Solamente la mantienen a ojos de los niños, los dos: la presente y el ausente.

Sin embargo, él anhela tenerla en sus brazos otra vez. Tampoco cree que ella sea del todo indiferente. A solas, se siente como un perro que da vueltas persiguiéndose el rabo, en círculos más cerrados cada vez. Con ella, a salvo en la oscuridad, tiene el pálpito de que sus extremidades se distenderán y su espíritu quedará liberado, el espíritu que en estos momentos parece anudado a su cuerpo por los hombros, las caderas y las rodillas.

En la médula de su anhelo radica un deseo que en la primera noche aún no había reconocido plenamente, pero que ahora parece haberse centrado en el olor de ella. Como si los dos fuesen animales, a él le atrae algo que husmea en el aire alrededor de ella, el olor del otoño, el olor de las avellanas en particular. Ha comenzado a comprender cómo viven los animales y también los niños pequeños, atraídos o repelidos por las neblinas, las auras, los ambientes. Se ve a sí mismo encima de ella como un león, acariciándole con el hocico el cabello del cuello, enterrando el morro en su axila, frotándose la cara contra su entrepierna.

La puerta no tiene cerrojo. No es concebible que la niña se adentre en el cuarto a una hora como esta, y que llegue a verlo en ese estado de… Se aproxima a la palabra con disgusto, pero es la única palabra acertada: ese estado de lujuria. Y son muchos los niños que padecen sonambulismo: también podría ella levantarse en mitad de la noche y entrar en su cuarto sin haberse despertado siquiera. ¿Se transmiten de madres a hijas estos olores tan íntimos? ¡Pensamientos descarriados, deseos descarriados! Todos tendrán que ser enterrados en su interior, escondidos para siempre, de todos, salvo de uno. Y es que Pável ahora está en su interior, y Pável nunca duerme. A lo sumo puede rezar para que una debilidad que en tiempos habría repugnado al muchacho ahora le lleve una sonrisa a los labios, una sonrisa divertida y tolerante.

Tal vez también Necháiev, cuando haya cruzado el río oscuro camino de la muerte, cese de ser un lobo y aprenda a sonreír de nuevo.

Y así aguarda frente a la tienda de Yákovlev a la noche siguiente, cuando por fin sale Anna Serguéievna. Cruza la calle y saborea la sorpresa que le produce verlo.

—¿Damos un paseo? —le propone.

Ella se abriga, ciñéndose el chal sobre los hombros.



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